domingo, 3 de noviembre de 2013

Un positivista frente al arte: fragmentos de un discurso de Gabino Barreda



            Las investigaciones en torno a la historia de la educación en México todavía tienen un arduo camino que recorrer. Por ejemplo, la etapa del positivismo del siglo XIX merece una atención más cuidadosa que la que se le ha prestado, al menos en algunos medios académicos. Es sabido, y bastante, que la generación del Ateneo de la Juventud se concibió a sí misma como un movimiento de ruptura respecto a dicho positivismo. Pero… ¿en qué consistió exactamente la ruptura? ¿No es un hecho que Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública en el último gobierno de Porfirio Díaz, fue quien otorgó un especial lugar a las humanidades en la educación superior al fundar la Escuela de Altos Estudios? ¿Y no entra Sierra de lleno, por otra parte, en la historia del positivismo mexicano? El enfrentamiento de los ateneístas con sus antiguos maestros no tenía que ver tanto con la recuperación del saber filosófico y humanístico en general presuntamente rechazado por estos últimos, sino con el tipo de concepciones filosóficas que la generación más joven reprochaba por entonces a la mayor.

            Pero algunas de esas concepciones, por lo demás, resultan al menos ambivalentes a la luz de la historia. Un ejemplo de esa ambivalencia puede encontrarse en un discurso pronunciado ni más ni menos que por Gabino Barreda en noviembre de 1874. Como se sabe, Barreda (1818 – 1881) fue el gran introductor del pensamiento positivista en México. Más todavía: acogido por el gobierno de Juárez, nuestro personaje se convirtió en director de la Escuela Nacional Preparatoria y en hechor de un plan de estudios notoriamente sustentado en las ideas de Auguste Comte[1]. El plan de Barreda sufrió importantes modificaciones al poco tiempo, a la vera de la polémica que los positivistas debieron enfrentar con los liberales “jacobinos”, llamados a convertirse en sus principales rivales en materia de educación. Sin embargo, el doctor Barreda se mantuvo en su puesto hasta 1878, cuando fue nombrado ministro mexicano en Berlín.

            De modo que Barreda pudo asistir a la inauguración de un mural pintado por Juan Cordero en la misma Escuela Nacional Preparatoria. Tal ocasión fue aprovechada por el doctor para verter algunas de sus ideas acerca de la misión del arte en la sociedad “del orden y el progreso”. Tendría que llamar nuestra atención cómo dichas ideas parecen adelantar en parte a las de José Vasconcelos, otro célebre patrocinador de muralistas. O, más todavía, sería interesante comparar la concepción del arte como forjador de ideales sociales con lo que en su momento había escrito Friedrich Schiller en las célebres Cartas sobre la educación estética del hombre. Pero esas semejanzas no alcanzan para ocultar las importantes diferencias respecto a otras maneras de entender el arte en su relación con la sociedad. Esas diferencias, menos notorias de lo que podría pensarse, requieren un estudio separado. En todo caso, ¿estaría Barreda subordinando el arte a una finalidad política? Pero también en eso… ¿se alejaría demasiado, en verdad, de Vasconcelos o del propio Schiller?

            A continuación algunos fragmentos selectos del discurso de Barreda. La fuente es el libro Estudios, publicado como homenaje al fundador de la Escuela Nacional Preparatoria por la UNAM en 1941 (pp. 139 – 145).


“Señores:

            “Asistimos hoy a una solemnidad al parecer excepcional, y que ciertamente no tiene antecedente en establecimiento de la clase del nuestro.

            “Por mucho tiempo, las ciencias han permanecido divorciadas de las bellas artes.

            “Las primeras casi habrían creído degradarse llamando en su auxilio a las segundas.

            “Los que cultivan la inteligencia se creían dispensados del cultivo del sentimiento.

            “No buscaban más emociones que las del espíritu, olvidando las del corazón.

            “La orgullosa inteligencia, demasiado pagada de sus conquistas (inmensas sin duda, pero insuficientes por sí solas), olvidaba que todo nuestro poder y todo nuestro dominio sobre la Naturaleza, no tendrían utilidad alguna para la humanidad y aun le serían nocivas, si no debiesen estar al servicio de nuestro afecto.

            “Sin el cultivo y mejoramiento del corazón, los avances de la inteligencia sólo servirían para destrozarnos unos a otros.

            “Mientras el afecto no dirija nuestra actividad, el ensanche de ésta no constituirá un verdadero progreso.

            “El corazón mejorado y perfeccionado con el cultivo y crecimiento de las inclinaciones benévolas, es quien debe mandar, y el espíritu o inteligencia fortalecida con la ciencia, es quien debe obedecer.

            “‘Pensar para obrar y obrar por afección’, ha dicho el más grande de los filósofos modernos; y este aforismo encierra en sí todo el programa del mejoramiento humano.

            “No hay, pues, rivalidad ni mucho menos incompatibilidad entre el espíritu y el corazón; ellos se completan, no se destruyen mutuamente. La necesaria subordinación del primero respecto del segundo, como medios de acción, no sólo no implica inconsecuencia, sino antes bien, sanciona y coordina su indisoluble unión.

            “No se comprende entonces cómo la estética que tanto mejora el corazón procurándonos dulces y saludables emociones y robusteciendo, cuando está bien dirigida, nuestros sentimientos benévolos, ha podido permanecer en total divorcio con la ciencia, que es el alimento a la vez que el producto de la inteligencia. No se comprende por qué no se ha sancionado antes de una manera franca y solemne la indispensable fraternidad entre la ciencia y la estética.

            (…)

            “La misión del poeta y del artista debe ser sobre todo precursora, debe siempre guiar por medio del sentimiento y guiar forzosamente hacia adelante. Si ellos evocan los recuerdos del pasado, debe ser siempre para mejorar el porvenir y no para aconsejar el retroceso.
            “El progreso no es sino la continua aproximación a un ideal; el arte se propone sensibilizar este ideal para hacer su atractivo más eficaz: sus obras debe ser una verdadera revelación del futuro como elementos del presente y aun del pasado; él nos representa el porvenir, y añadiendo a las impresiones presentas la percepción anticipada de las que nos reserva un desarrollo superior, dobla nuestras propias fuerzas para poder alcanzarlo.

            “Pero el ideal del presente no puede ser el ideal del pasado; aquí, como en todo lo demás, lo absoluto es la sanción de la inmovilidad o del retroceso.

            “Todo asunto que sea contrario a los progresos espontáneos de la época, debe abandonarse como incapaz de inspirar al artista y como estéril para el mejoramiento social.

            “Cábele a la Escuela Preparatoria la gloria de haber abierto un nuevo campo a la estética mexicana: cábele la satisfacción de haber inspirado al genio de un verdadero artista, una composición cuyo asunto conocéis ya y que está destinada a idealizar y a poner de manifiesto el espíritu de la ciencia y de la industria, es decir, de la actividad pacífica del hombre tanto mental como práctica (…)”

            








[1] Cfr. José Fuentes Mares, “Prólogo”, p. XVI ss., en Barreda, Estudios, ed. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1941.