Las
investigaciones en torno a la historia de la educación en México todavía tienen
un arduo camino que recorrer. Por ejemplo, la etapa del positivismo del siglo
XIX merece una atención más cuidadosa que la que se le ha prestado, al menos en
algunos medios académicos. Es sabido, y bastante, que la generación del Ateneo
de la Juventud se concibió a sí misma como un movimiento de ruptura respecto a
dicho positivismo. Pero… ¿en qué consistió exactamente la ruptura? ¿No es un
hecho que Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública en el último gobierno
de Porfirio Díaz, fue quien otorgó un especial lugar a las humanidades en la
educación superior al fundar la Escuela de Altos Estudios? ¿Y no entra Sierra
de lleno, por otra parte, en la historia del positivismo mexicano? El
enfrentamiento de los ateneístas con sus antiguos maestros no tenía que ver
tanto con la recuperación del saber filosófico y humanístico en general
presuntamente rechazado por estos últimos, sino con el tipo de concepciones
filosóficas que la generación más joven reprochaba por entonces a la mayor.
Pero
algunas de esas concepciones, por lo demás, resultan al menos ambivalentes a la
luz de la historia. Un ejemplo de esa ambivalencia puede encontrarse en un
discurso pronunciado ni más ni menos que por Gabino Barreda en noviembre de
1874. Como se sabe, Barreda (1818 – 1881) fue el gran introductor del
pensamiento positivista en México. Más todavía: acogido por el gobierno de Juárez,
nuestro personaje se convirtió en director de la Escuela Nacional Preparatoria
y en hechor de un plan de estudios notoriamente sustentado en las ideas de
Auguste Comte[1].
El plan de Barreda sufrió importantes modificaciones al poco tiempo, a la vera
de la polémica que los positivistas debieron enfrentar con los liberales
“jacobinos”, llamados a convertirse en sus principales rivales en materia de
educación. Sin embargo, el doctor Barreda se mantuvo en su puesto hasta 1878,
cuando fue nombrado ministro mexicano en Berlín.
De
modo que Barreda pudo asistir a la inauguración de un mural pintado por Juan
Cordero en la misma Escuela Nacional Preparatoria. Tal ocasión fue aprovechada
por el doctor para verter algunas de sus ideas acerca de la misión del arte en
la sociedad “del orden y el progreso”. Tendría que llamar nuestra atención cómo
dichas ideas parecen adelantar en parte a las de José Vasconcelos, otro célebre
patrocinador de muralistas. O, más todavía, sería interesante comparar la
concepción del arte como forjador de ideales sociales con lo que en su momento
había escrito Friedrich Schiller en las célebres Cartas sobre la educación estética del hombre. Pero esas semejanzas
no alcanzan para ocultar las importantes diferencias respecto a otras maneras
de entender el arte en su relación con la sociedad. Esas diferencias, menos
notorias de lo que podría pensarse, requieren un estudio separado. En todo
caso, ¿estaría Barreda subordinando el arte a una finalidad política? Pero también
en eso… ¿se alejaría demasiado, en verdad, de Vasconcelos o del propio
Schiller?
A
continuación algunos fragmentos selectos del discurso de Barreda. La fuente es
el libro Estudios, publicado como
homenaje al fundador de la Escuela Nacional Preparatoria por la UNAM en 1941
(pp. 139 – 145).
“Señores:
“Asistimos
hoy a una solemnidad al parecer excepcional, y que ciertamente no tiene
antecedente en establecimiento de la clase del nuestro.
“Por
mucho tiempo, las ciencias han permanecido divorciadas de las bellas artes.
“Las
primeras casi habrían creído degradarse llamando en su auxilio a las segundas.
“Los
que cultivan la inteligencia se creían dispensados del cultivo del sentimiento.
“No
buscaban más emociones que las del espíritu, olvidando las del corazón.
“La
orgullosa inteligencia, demasiado pagada de sus conquistas (inmensas sin duda,
pero insuficientes por sí solas), olvidaba que todo nuestro poder y todo
nuestro dominio sobre la Naturaleza, no tendrían utilidad alguna para la
humanidad y aun le serían nocivas, si no debiesen estar al servicio de nuestro
afecto.
“Sin
el cultivo y mejoramiento del corazón, los avances de la inteligencia sólo
servirían para destrozarnos unos a otros.
“Mientras
el afecto no dirija nuestra actividad, el ensanche de ésta no constituirá un
verdadero progreso.
“El
corazón mejorado y perfeccionado con el cultivo y crecimiento de las
inclinaciones benévolas, es quien debe mandar, y el espíritu o inteligencia
fortalecida con la ciencia, es quien debe obedecer.
“‘Pensar
para obrar y obrar por afección’, ha dicho el más grande de los filósofos
modernos; y este aforismo encierra en sí todo el programa del mejoramiento
humano.
“No
hay, pues, rivalidad ni mucho menos incompatibilidad entre el espíritu y el
corazón; ellos se completan, no se destruyen mutuamente. La necesaria
subordinación del primero respecto del segundo, como medios de acción, no sólo
no implica inconsecuencia, sino antes bien, sanciona y coordina su indisoluble
unión.
“No
se comprende entonces cómo la estética que tanto mejora el corazón
procurándonos dulces y saludables emociones y robusteciendo, cuando está bien
dirigida, nuestros sentimientos benévolos, ha podido permanecer en total
divorcio con la ciencia, que es el alimento a la vez que el producto de la
inteligencia. No se comprende por qué no se ha sancionado antes de una manera
franca y solemne la indispensable fraternidad entre la ciencia y la estética.
(…)
“La
misión del poeta y del artista debe ser sobre todo precursora, debe siempre
guiar por medio del sentimiento y guiar forzosamente hacia adelante. Si ellos
evocan los recuerdos del pasado, debe ser siempre para mejorar el porvenir y no
para aconsejar el retroceso.
“El
progreso no es sino la continua aproximación a un ideal; el arte se propone
sensibilizar este ideal para hacer su atractivo más eficaz: sus obras debe ser
una verdadera revelación del futuro como elementos del presente y aun del
pasado; él nos representa el porvenir, y añadiendo a las impresiones presentas
la percepción anticipada de las que nos reserva un desarrollo superior, dobla
nuestras propias fuerzas para poder alcanzarlo.
“Pero
el ideal del presente no puede ser el ideal del pasado; aquí, como en todo lo
demás, lo absoluto es la sanción de la inmovilidad o del retroceso.
“Todo
asunto que sea contrario a los progresos espontáneos de la época, debe
abandonarse como incapaz de inspirar al artista y como estéril para el
mejoramiento social.
“Cábele
a la Escuela Preparatoria la gloria de haber abierto un nuevo campo a la
estética mexicana: cábele la satisfacción de haber inspirado al genio de un
verdadero artista, una composición cuyo asunto conocéis ya y que está destinada
a idealizar y a poner de manifiesto el espíritu de la ciencia y de la
industria, es decir, de la actividad pacífica del hombre tanto mental como
práctica (…)”
[1]
Cfr. José Fuentes Mares, “Prólogo”, p. XVI ss., en Barreda, Estudios, ed. Universidad Nacional
Autónoma de México, México, 1941.