Colaboración
para Radiosofía.
2
de marzo de 2013.
“Una
vida sin examen no es digna de ser vivida”. Estas palabras que Platón pone en
boca de Sócrates son, hasta la fecha, una de las mejores justificaciones para
el estudio de la filosofía en todos los niveles educativos y en especial en el
bachillerato, esa última etapa en la cual los estudiantes consiguen encontrarse
con la herencia de la humanidad misma. ¿Por qué puede decirse esto? La
filosofía enseña a analizar lo que se piensa y lo que se dice, a cuestionar
nuestras certezas más íntimas y a desconfiar de las verdades que se venden en
la plaza pública a todos los precios. También es “Dama Filosofía” –como la
llamó Boecio- quien impulsa a las personas a buscar nuevas formas de organizar
y recrear nuestra comprensión del mundo, a inventar existencias mejores y más
libres ahí donde pesan todos los dogmas y ahí donde el mayor de los engaños
consiste en creer que ya se es libre sólo porque sí. De manera que es todo un
signo de los tiempos que algo que debiera aparecer tan diáfanamente ante los
responsables de las políticas educativas de nuestro país –y de muchos otros-
deba ser defendido como en las épocas de Sócrates o de Boecio.
La
filosofía ya no se identifica –tal vez nunca lo hizo- con la “ciencia” o el
“saber absoluto” que soñó Hegel. Pero sigue siendo quien cuestiona lo que se
dice desde otros discursos. Esa posibilidad de analizar y trazar líneas de
crítica debiera permitir descifrar una época que no por ser hija de la
Ilustración es menos oscura que la edad media o los tiempos antiguos. Pero la
tiniebla de hoy día se debe, desde luego, a nuevas condiciones. No es por falta
de información, sino tal vez por el exceso de informaciones no necesariamente
legítimas, que el mundo en general y el mundo de lo humano en particular
resulta extrañamente misterioso justo entre el siglo de la televisión y el
siglo de internet. ¿Qué ayuda ofrece
el pensamiento filosófico ante los discursos que corren de un lado a otro a
velocidades apenas imaginables?
Casi
cualquier noticia tomada al azar muestra la urgencia de una actitud algo más
cercana a la filosofía y menos a las opiniones simples. ¿Cuántas veces hemos
sido capaces de separar analíticamente los problemas involucrados en casos
particularmente complejos, como el del amparo concedido a Florence Cassez o la
explosión en las instalaciones de Petróleos Mexicanos? ¿Qué líneas de crítica
han contribuido a disipar las sombras que el parloteo de la televisión en
primer lugar –aunque también de otros medios- han tendido sobre ambas
situaciones? Y eso por hablar tan solo de episodios ciertamente notorios pero
tal vez coyunturales. ¿Qué decir de dificultades más estructurales y por lo
mismo cotidianas, tales como las prácticas y políticas educativas, económicas y
sociales que han contribuido a hacer de nuestra realidad esa corriente turbia
que parece arrastrarnos a todos?
Ese
tipo de fenómenos, creados por nosotros mismos, paradójicamente exigen un
esclarecimiento que no queda al alcance sino de quien se familiariza con el
análisis y con la crítica como actitud de vida. Si esto no basta para explicar
por qué es indispensable la enseñanza de la filosofía en el nivel medio
superior y en todos los otros niveles, no es fácil decir qué es lo que bastará.
Pero siempre se puede imaginar nuevos argumentos; eso, también, es tarea de la
filosofía.
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