domingo, 3 de marzo de 2013

Educar en filosofía para descifrar el mundo



Colaboración para Radiosofía.
2 de marzo de 2013.


            “Una vida sin examen no es digna de ser vivida”. Estas palabras que Platón pone en boca de Sócrates son, hasta la fecha, una de las mejores justificaciones para el estudio de la filosofía en todos los niveles educativos y en especial en el bachillerato, esa última etapa en la cual los estudiantes consiguen encontrarse con la herencia de la humanidad misma. ¿Por qué puede decirse esto? La filosofía enseña a analizar lo que se piensa y lo que se dice, a cuestionar nuestras certezas más íntimas y a desconfiar de las verdades que se venden en la plaza pública a todos los precios. También es “Dama Filosofía” –como la llamó Boecio- quien impulsa a las personas a buscar nuevas formas de organizar y recrear nuestra comprensión del mundo, a inventar existencias mejores y más libres ahí donde pesan todos los dogmas y ahí donde el mayor de los engaños consiste en creer que ya se es libre sólo porque sí. De manera que es todo un signo de los tiempos que algo que debiera aparecer tan diáfanamente ante los responsables de las políticas educativas de nuestro país –y de muchos otros- deba ser defendido como en las épocas de Sócrates o de Boecio.

            La filosofía ya no se identifica –tal vez nunca lo hizo- con la “ciencia” o el “saber absoluto” que soñó Hegel. Pero sigue siendo quien cuestiona lo que se dice desde otros discursos. Esa posibilidad de analizar y trazar líneas de crítica debiera permitir descifrar una época que no por ser hija de la Ilustración es menos oscura que la edad media o los tiempos antiguos. Pero la tiniebla de hoy día se debe, desde luego, a nuevas condiciones. No es por falta de información, sino tal vez por el exceso de informaciones no necesariamente legítimas, que el mundo en general y el mundo de lo humano en particular resulta extrañamente misterioso justo entre el siglo de la televisión y el siglo de internet. ¿Qué ayuda ofrece el pensamiento filosófico ante los discursos que corren de un lado a otro a velocidades apenas imaginables?

            Casi cualquier noticia tomada al azar muestra la urgencia de una actitud algo más cercana a la filosofía y menos a las opiniones simples. ¿Cuántas veces hemos sido capaces de separar analíticamente los problemas involucrados en casos particularmente complejos, como el del amparo concedido a Florence Cassez o la explosión en las instalaciones de Petróleos Mexicanos? ¿Qué líneas de crítica han contribuido a disipar las sombras que el parloteo de la televisión en primer lugar –aunque también de otros medios- han tendido sobre ambas situaciones? Y eso por hablar tan solo de episodios ciertamente notorios pero tal vez coyunturales. ¿Qué decir de dificultades más estructurales y por lo mismo cotidianas, tales como las prácticas y políticas educativas, económicas y sociales que han contribuido a hacer de nuestra realidad esa corriente turbia que parece arrastrarnos a todos?

            Ese tipo de fenómenos, creados por nosotros mismos, paradójicamente exigen un esclarecimiento que no queda al alcance sino de quien se familiariza con el análisis y con la crítica como actitud de vida. Si esto no basta para explicar por qué es indispensable la enseñanza de la filosofía en el nivel medio superior y en todos los otros niveles, no es fácil decir qué es lo que bastará. Pero siempre se puede imaginar nuevos argumentos; eso, también, es tarea de la filosofía.

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