Colaboración
para Radiosofía.
23
de febrero de 2013.
Tanto
el Observatorio Filosófico de México como el Observatorio Filosófico de
Michoacán y las organizaciones similares que han surgido en este país desde
2008 se han definido, ate todo, frente a la posibilidad de que los estudios
filosóficos fuesen suprimidos del currículo de la preparatoria. Pero, ¿cuál es
la importancia de que los jóvenes aprendan algo de historia de la filosofía, de
lógica, de ética o de alguna de las otras disciplinas del campo? Sabemos contra
qué se está: contra una política pública que nos parece inadecuada y peligrosa.
Pero, ¿qué es exactamente lo que se defiende? ¿A favor de qué luchan los
observatorios filosóficos?
La
coyuntura es, entre otras cosas, un buen momento para plantearnos la naturaleza
y los objetivos de la enseñanza de las disciplinas filosóficas en la educación
media superior. Ese nivel es, como su nombre lo insinúa, una preparación para
la vida universitaria. Pero también se trata del lapso de tiempo en el cual los
jóvenes pueden encontrarse con un panorama general de lo que la ciencia y la
cultura tienen que ofrecerles en tanto miembros de la sociedad a la cual
pertenecen y a cuya dinámica adulta están a punto de integrarse. Antes de pasar
al nivel en el que necesariamente han de especializarse en una rama determinada
del conocimiento, cualquier chico o chica tendría que hacerse cargo, lo más
conscientemente posible, de aquellos otros saberes que en cierto modo lo
constituyen como sujeto de una sociedad determinada. Y esos saberes, además,
tendrían que entenderse como claves que le permitan a cualquiera leer e
interpretar el mundo del cual forma parte. La preparatoria, en pocas palabras,
es el momento de hacerse de una formación general, una formación académica que
por el hecho de serlo también se convierte en una formación humana.
La
filosofía y sus disciplinas son, en buena medida, un conjunto de contenidos que
forman parte del patrimonio de la cultura occidental. Ya eso tendría que bastar
para justificar su existencia como materias en cualquier plan de estudios, en
vista de que los jóvenes de una sociedad como la nuestra habrán de situarse
–críticamente, desde luego- frente a esa misma cultura. Este hecho hermana a la
historia de la filosofía, a la ética y demás con materias tales como la
literatura universal y mexicana, con la historia del arte y con disciplinas
similares. Pero la filosofía cuenta, además, con una característica que es
peculiar de ella. La filosofía es también la capacidad de reconstruir lo que
otros saberes dicen y lo que otras prácticas hacen. Y es, además, una práctica
constante de la argumentación que justifica tanto lo que se piensa como lo que
se realiza en la acción cotidiana. De manera que los estudios filosóficos
ofrecen a cualquiera, aun cuando no decida dedicar su vida profesional a ellos,
elementos tan deseables como la práctica de la reconstrucción argumental y la
búsqueda de formas de saber y de vida mejores que los que se tienen en este
momento.
Lo
anterior significa que la historia de la filosofía, la ética, la estética, la
lógica, la filosofía de la ciencia, son tanto disciplinas sustantivas con un
contenido específico como instancias para la práctica de la argumentación y del
pensamiento crítico que la argumentación fomenta. Argumentación y pensamiento
crítico son, desde luego, algo que sería muy bueno ejercer en el contexto de
cualquier otra disciplina pero que en las materias filosóficas conforman su
núcleo más íntimo. Sin embargo, eso no es lo único que la filosofía y sus
materias aportan a la formación de los jóvenes estudiantes del nivel medio
superior. Sus contenidos son parte de
aquello que ha conformado y constituido a la cultura a lo largo de los siglos,
y deben enseñarse a los adolescentes tanto como cualquier otro patrimonio del saber
humano. Es por todo esto que no basta con decir, vagamente además, que la
argumentación y el pensamiento crítico se practican “transversalmente” en
cualquier disciplina. La filosofía es también un conjunto de contenidos, y no
tenemos derecho a despojar a las nuevas generaciones del conocimiento de los
mismos. Y sin esos contenidos, difícilmente se entiende acerca de qué hay que
argumentar o frente a qué es preciso esgrimir la crítica.
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