jueves, 27 de septiembre de 2012

La discusión de los héroes en el canto A de la Ilíada.



           
 La Ilíada es, entre otras cosas, un genuino tesoro para la historia de la pedagogía y para el pensamiento crítico relativo a la educación. Como insinúa Werner Jaeger, la historia de la idea de paideia –la “conducción de los niños”, la manera en que se educa a los recién llegados al mundo- arranca justamente con el poema homérico. Pero esa misma historia, leída con cuidado, muestra algunas cosas importantes que un enfoque ingenuamente celebratorio podría omitir. Una de ellas es la relación entre lo que los héroes de Homero entienden por areté –“virtud”- y la justificación de las relaciones de dominio en la sociedad helénica de los tiempos oscuros.  
            
 Lo que se intenta aquí es tomar ciertos pasajes del canto A de la Ilíada como ejemplo que delata el vínculo entre la primitiva noción de areté y la forma en que la aristocracia guerrera se entiende a ella msima. En particular, la discusión entre Agamenón y Aquiles revela mucho acerca de una paradoja interesante de discutir: todos los héroes de Homero disputan por la kalakagothía, el “honor” o carácter propio del “varón bello y esforzado”. Pero ese honor no puede ser repartido: sólo uno está llamado a ser el aretés por antonomasia. Así, Aquiles y Agamenón discuten por algo más que el destino de la bella Briseida: lo que se disputan en realidad es el lugar que les corresponde en el mundo.
            
 Pero veamos los pasajes en cuestión. El adivino Calcante revela a los aqueos el motivo de la peste que los asuela: Crises, fiel sacerdote de Apolo, le ha pedido a éste que haga algo por castigar a quienes le han arrebatado a su hija Criseida (A, 68 – 100). Agamenón no toma demasiado a bien la noticia, pero acepta regresar la muchacha a su padre a cambio de disponer de algún otro botín (A, 106 – 120).  Aquiles hace notar a su colega que los otros reyes no podrían entregarle sino lo que ellos mismos han obtenido con su propio esfuerzo; habrá que esperar a que Troya caiga en su poder para satisfacer los deseos de Agamenón merced al saqueo de la ciudad. Es entonces cuando Agamenón expresa lo que a nuestros ojos luciría, tal vez, como un arrebato de orgullo herido:

                A pesar de tu valía, Aquiles igual a los dioses, no trates de robármela con esa excusa; no me vas a engañar ni convencer. ¿Es que quieres que mientras tú sigues con tu botín, yo así me quede sentado sin él, y por eso me exhortas a devolverla? Sí, pero si me dan un botín los magnánimos aqueos seleccionándolo conforme a mi deseo, para que sea equivalente; mas si no me lo dan, yo mismo puede que me coja el tuyo o el botín de Ayante, yendo por él, o el de Ulises me llevaré y cogeré. Y se irritará aquél a quien yo me llegue (Ilíada, A, 131 – 139).


   La respuesta de Aquiles, como se recordará, no es demasiado diferente en el tono:

                ¡Ay! ¡Imbuido de desvergüenza, codicioso! ¿Cómo un aqueo te va a obedecer, presto a tus palabras, para andar un camino o luchar valerosamente con los hombres? No he venido yo por culpa de los troyanos lanceadores a luchar aquí, porque para mí no son responsables de nada (…) a ti, gran sinvergüenza, hemos acompañado para tenerte alegre, por ver de ganar honra para Menelao y para ti, cara de perro, de lo stroyanos. De eso ni te preocupas ni te cuidas. Además me amenazas con quitarme tú mismo el botín por el que mucho pené y que me dieron los hijos de los aqueos (…) Ahora me marcho a Ftía, porque realmente es mucho mejor ir a casa con las corvas naves, y no tengo la intención de procurarte riquezas y ganancias estando aquí deshonrado ( A, 149 – 171)


Agamenón, desde luego, no se deja amedrentar por el despechado rey de Ftía:

                Si grande es tu fuerza, es porque un dios te la ha otorgado. Vete a casa con tus naves y con tus compañeros y reina entre los mirmidones; no me preocupo de ti ni me inquieta tu rencor. Pero te voy a hacer esta amenaza: igual que Febo Apolo me quita a Criseida, y yo con mi nave y mis compañeros la voy a enviar, puede que me lleve a Briseida, de bellas mejillas, tu botín, yendo en persona a tu tienda, para que sepas bien cuánto más poderoso soy que tú, y aborrezca también otro pretender ser igual a mí y compararse conmigo (A, 178 – 187).

           
Por un momento la tensión llega a extremos peligrosos, pues Aquiles está a punto de desenvainar la espada; la intervención de Atenea –visible sólo para Aquiles- y las palabras del viejo y sabio Néstor apaciguan un poco los ánimos (cfr. Ilíada, A 188 – 285). Pero la discusión concluye en los peores términos:

(Agamenón) (…) este hombre quiere estar por encima de todos los demás, a todos quiere dominar, sobre todos reinar, y en todos mandar; mas creo que alguno no le va a obedecer. Y si buen lanceador lo han hecho los sempiternos dioses, ¿por eso le estimulan a proferir injurias? (A, 286 – 291).
(Aquiles) De verdad que cobarde y nulidad se me podría llamar si es que voy a ceder ante ti en todo lo que digas. A otros manda eso, pero no me lo ordenes a mí, que yo ya no pienso obedecerte. Otra cosa te voy a decir, y tú métela en tus mientes: con las manos yo no pienso luchar por la muchacha ni contigo ni con otro, pues me quitáis lo que me disteis. Pero de lo demás que tengo junto a la veloz nave negra, no podrías quitarme nada ni llevártelo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, y se enterarán también éstos: al punto tu oscura sangre manará alrededor de mi lanza (A, 293 – 303).

            
 Como desenlace de la disputa, Agamenón va a hacerse cargo de la exigencia de Apolo pero al mismo tiempo envía a sus emisarios a recoger a Briseida de la tienda de Aquiles. Este último no opone resistencia y la joven es llevada a los recintos del Átrida (A, 304 ss). Pero la cuestión que conducirá como un hilo a la Ilíada completa está ya planteada: en el mundo de Homero no parece haber lugar para dos hombres cuya kalakagothía parece estar en riesgo.

Así, la idea de areté que se desprende del primer canto de la Ilíada es algo bastante definido. Aretés será el hombre que anteponga a todas las cosas su honor, su kalakagothía siempre frágil ante las aspiraciones de los otros nobles guerreros que se la disputarán de manera inevitable. El diálogo de los héroes asocia firmemente las nociones de “virtud”, “honor” y “grandeza de alma”: la peor humillación para alguien sería comprometer su propio orgullo en el enfrentamiento. El conflicto entre los poderosos tendría que ser el compañero inevitable del ejercicio de la virtud.

 Interesante será pensar en los rasgos de ese pequeño e inestable cosmos humano, que ya no puede ser el de la antigua realeza micénica pero que sigue guiándose por el ideal de la “excelencia” entre los hombres. Es difícil encontrar otro adjetivo: sin duda, el mundo de Homero –la Jonia del siglo VIII a.C.- estaba transido por el conflicto entre los poderosos.

*Se ha recurrido a la traducción de Emilio Crespo Güemes: Homero, Ilíada, ed. Gredos, Madrid, 2000.

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