domingo, 30 de septiembre de 2012

La educación del criollo: un testimonio de Carlos María de Bustamante



             ¿Cómo era el trayecto educativo de un miembro de la clase criolla de la Nueva España hacia finales del siglo XVIII? Un interesante testimonio puede encontrarse en Hay tiempos de hablar y tiempos de callar, la autobiografía apologética escrita por Carlos María de Bustamante (1774 – 1848). Bustamante fue  periodista, escritor y político y un destacado participante en el proceso de la Independencia al lado de Morelos y otros importantes personajes. Miembro del Congreso de Chilpancingo en 1813,  a su pluma se debe el Acta de Declaración de Independencia de la América Mexicana. También es el autor del Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana (1823 – 1824), y dirigió en su momento publicaciones periódicas de tendencia autonomista o francamente insurgente como El diario de México y la serie de los Juguetillos.
         
            En Hay tiempos de hablar y tiempos de callar (1833), Bustamante evoca en unas cuantas líneas los años de su educación formal. A través de ese recuerdo, es posible hacerse una idea de lo que ocurría con al menos algunos varones del estrato criollo en ciertas regiones del país. A continuación se presenta el texto de Bustamante, seguido de un breve análisis de algunos de los detalles ahí contenidos.
El testimonio.

            Bustamante dedica las primeras páginas de Hay tiempos… a explicar la ocasión de su escrito –la amenaza del exilio que pesa por entonces sobre él. A continuación habla de su nacimiento en el seno de una familia de descendientes de españoles de la ciudad de Oaxaca. Una vez mencionada la muerte de su madre –el futuro insurgente tenía seis años- nuestro autor procede a relatar algunos detalles de su educación. He aquí el texto:

(…) Mis padres tenían una virtud muy severa y procuraron darme una educación parecida a la de los espartanos; poseían una regular fortuna, pero usaban de ella con mucha sobriedad: mi casa semejaba un monasterio en que estaban regularizadas todas las labores domésticas. A los doce años de edad, comencé a estudiar gramática latina en la casa de don Ángel Ramírez, antiguo profesor de esta lengua, y muy acreditado por sus virtudes religiosas: me amó, y recuerdo su memoria con ternura, así como con horror la del maestro de primeras letras, más propio para regentear galeotes que para educar niños tiernos. En 1789 pasé a estudiar filosofía de capa al Colegio Seminario de dicha ciudad, bajo la dirección de don Carlos Briones, que enseñó hasta tres cursos de la filosofía del padre Antonio Goudin; era tan metafísico como el mismo autor y yo no le entendía palabra; nada aprendí en el primer año, entré en examen y me reprobaron con todos los votos; mi padre me echó en cara la ignominia de mi reprobación, y, estimulado por principios de honor, y porque puso en mis manos la Física de don Andrés Piquer y la Recreación filosófica de Theodoro de Almeida, saqué una sobresaliente calificación en el segundo examen. Concluido el curso de artes, recibí el grado de bachiller en filosofía en esta capital, regresé a Oaxaca y estudié –en el convento de San Agustín de aquella ciudad- la Teología del padre Giovanni Lorenzo Berti, y su compendio de Hyeronimus Maria Buzius, bajo la dirección de  los padres lectores fray Juan Lorenzana y fray Santiago Hernández; hasta el año de 1800 no recibí el grado de bachiller en esta facultad por cierto capricho que no es del caso referir. En 1794 comencé la carrera de jurisprudencia en México, eligiendo por habitación el Colegio de San Pablo, de padres agustinos, a quienes siempre he debido un singular aprecio; halleme en esta ciudad sin tutor ni curador que vigilase mi conducta y entregado a mí mismo. Mi aplicación a esta ciencia fue constante, pues recibí lecciones de ella también de capa en el Seminario de México; dábamelas igualmente mi hermano, el licenciado don Manuel Bustamante, sabio de un siglo, bajo cuya dirección pude caminar con paso firme y aplicarme al estudio de autores de buen gusto, como Johann Gottlieb Heineccius y Jean Damat. Una feliz casualidad me proporcionó conocer al doctor don  Antonio Labarrieta, colegial del Colegio Mayor de Santos: llevome a su casa y después a su colegio; comencé con él la práctica forense y después le seguí a Guanajuato, de donde lo hicieron cura. De esta ciudad pasé a Guadalajara con el objeto de recibirme de abogado en aquella Audiencia, con dispensa de dos años de práctica. Más por desgracia fui a la sazón en que acababa de llegar una Cédula Real que prohibía toda dispensa de más de un año. Sintiéronlo los oidores, pues fui recomendado a ellos por el virrey Miguel José de Azanza, que me había tomado cariño por una inscripción latina que le presenté para que se colocase en el paseo de su nombre, que entonces se concluía. Habíase propuesto colocarme en su familia; pero a poco se presentó en México su sucesor, Félix Berenguer de Marquina; por tal causa se limitó su protección a recomendarme al asesor general del virreinato, don Miguel Bachiller, quien me asignó en clase de auxiliante quinientos pesos anuales.
                En último de julio de 1801 me recibí de abogado en dicha Audiencia de Guadalajara, porque el virrey Marquina se negaba a toda dispensa de tiempo de práctica (…)[1]


Las peripecias de una educación.

            Bustamante habría adquirido los primeros valores en el seno de una casa de regular fortuna, pero de disciplina más bien austera. Como puede inferirse del texto, el joven criollo recuerda con cariño al maestro de lengua latina, pero no así al de “primeras letras”    –según se ve, todo un capataz. El dato que importa es la existencia de escuelas de primeras letras –donde se aprendería a leer, a escribir y a hacer cuentas- y una suerte de enseñanza “secundaria” a cargo de latinistas como el querido señor Ramírez. En este último caso el texto menciona que la educación tenía lugar en casa del maestro, cosa que, según otros testimonios de la época no era necesariamente la regla.


¿Cómo puede saberse esto? Para la época en que  Carlos María acudía a la enseñanza de la latinidad (a mediados de la década de 1780) tenía lugar en la Ciudad de México un singular conflicto: el gremio de maestros protestaba contra la disposición real que ordenaba la existencia de escuelas gratuitas. Según puede leerse en los documentos de la disputa, los maestros de primeras letras –y los de enseñanza secundaria- llenaban el vacío dejado por la expulsión de los jesuitas (1767) con establecimientos que en algún caso aceptaban hasta a cincuenta estudiantes. Lo que estaba en juego por entonces era la competencia “desleal” que el gremio enfrentaría al concretarse la fundación de escuelas gratuitas en los conventos y otros hogares de las órdenes religiosas[2]. No hay motivos para suponer que en Oaxaca las cosas fueran demasiado distintas, así que Carlos María tal vez haya asistido a una escuela particular –en su caso  a cargo de un tirano- para aprender a leer y a escribir. Pero la primera etapa de su educación secundaria habría corrido a cargo de un tutor particular.

            Los estudios secundarios debían completarse con el aprendizaje de la filosofía. A los quince años, Bustamante se convirtió en alumno “de capa” del Seminario de Oaxaca, en el cual enfrentó el más estrepitoso fracaso[3]. Es interesante el contrapunto que el autor establece entre el curso basado en el texto del padre Goudin y lo que pudo aprender gracias a la severa intervención de su padre y al encuentro con la Física de Piquer y la Recreación filosófica de Almeida[4].  Tal vez este detalle sea un eco más o menos lejano de la crisis de la enseñanza de corte escolástico y la introducción de la llamada “filosofía moderna” –en sentido estricto, el racionalismo y el empirismo acompañados de los desarrollos científicos de Copérnico, Galileo, Newton y varios autores más. Esa crisis se inicia, al menos, en la época en que Clavijero y sus compañeros jesuitas planeaban la reforma del plan de estudios de la Compañía y llegó hasta la época de la guerra de Independencia a través de figuras como Juan Benito Díaz de Gamarra, José Antonio Alzate y el mismo cura Hidalgo. El joven Bustamante, al parecer, encontró preferible el camino de Clavijero, Gamarra y los demás: el aprendizaje de la filosofía debía hacerse bajo los parámetros del pensamiento moderno y no ya según los anquilosados métodos de la silogística[5].

            De vuelta en el tema, encontramos a Carlos María completando la educación media saltando de México a Oaxaca: el grado de bachiller en artes lo obtiene en la capital del virreinato, pero regresa a su ciudad natal para estudiar “de capa” lo concerniente a la teología. De nueva cuenta las cosas no pintan bien para Bustamante, pues el grado de bachiller en esa última disciplina no lo alcanza sino hasta 1800. Sin embargo, es de imaginar que la conclusión de las clases en el convento de San Agustín le permitió regresar a México para emprender la carrera de jurisprudencia –y, aunque no lo menciona, esto debió hacerlo en la venerable Real y Pontificia Universidad[6]. De paso, nos enteramos de que un estudiante de aquel tiempo podía hospedarse en una institución eclesiástica –el colegio de San Pablo- sin que se le molestara demasiado: nuestro héroe vivió ahí “sin tutor ni curador” que vigilase su conducta.

        Bustamante complementó la educación formal con decisiones autodidactas: el acercamiento a su hermano Manuel y la asistencia “de capa” a los cursos en el seminario de la gran ciudad. En el primer caso, debe notarse cómo el hermano mayor estaba al tanto de ciertas novedades en el ámbito del derecho, novedades que transmitió a su pupilo mediante la obra de Heineccius y Damat[7]. Finalmente Carlos María decide obtener el título de abogacía en la ciudad de Guadalajara, al parecer con el ánimo de ahorrarse cierta suerte de “prácticas profesionales” que seguramente le esperaban de seguir en México. Frustrado este propósito a causa del cambio en la administración virreinal, Bustamante debe cumplir con todos los trámites para convertirse en licenciado hasta 1801.

        ¿Qué puede obtenerse como síntesis de este curioso testimonio? Sin duda mucho sobre la personalidad de Carlos María de Bustamante, quien no resulta exactamente un ejemplo de constancia académica. Pero para los propósitos testimoniales que aquí interesa, puede decirse que un joven criollo relativamente acomodado nacido en alguna ciudad media de por entonces podría, si así lo deseaba él –o sus padres- encaminarse en alguna carrera profesional que le proporcionara los medios para una vida honesta. Para alcanzar esa meta, debía primero transitar por la enseñanza elemental –las “primeras letras”- y por algo que podría entenderse como educación secundaria. La enseñanza elemental, como se ha dicho más arriba, podría cursarse en alguno de los establecimientos particulares dispuestos al efecto y a cargo de un profesor seguramente agremiado –como los de la ciudad de México. La secundaria ofrecía opciones: además de los establecimientos particulares del nivel, estaba –como en el caso de Carlos María- la posibilidad de hacerse de algún tutor  para el aprendizaje de la lengua latina, así como la asistencia al seminario para obtener el grado de “bachiller”. La educación universitaria propiamente dicha debía cursarse en colegios o universidades, como desde los inicios de la colonia; un aspirante a abogado como Bustamante sin duda no tenía mejor perspectiva que la de trasladarse al recinto universitario de México.  


      No deja de llamar la atención el grado de “flexibilidad” y de “movilidad” académicas de los tiempos: Carlos María, deseoso de obtener el grado cuanto antes, intenta valerse de su ascendiente ante el virrey para ahorrarse dos años de práctica y titularse no en México sino en Guadalajara. Se lo impidieron su mala suerte y la real cédula que volvía obligatorias aquellas prácticas en todo lugar. Si su protector el virrey Azanza hubiese durado un poco más en el cargo, con seguridad la real cédula no habría sido un obstáculo insuperable. Un accidente político, no tanto un sistema académico rígido y claramente normado, fue lo que impidió que Bustamante se saliera con la suya aquella vez. 



[1] Carlos María de Bustamante, Hay tiempos de hablar y tiempos de callar, Ronda de Clásicos Mexicanos, ed. Planeta – CONACULTA, México, 2002, pp. 12 – 14.
[2] Dichos documentos son las “Reales provisiones referentes a la enseñanza de las primeras letras”, de 1767; el “Proyecto para establecer escuelas gratuitas en la Ciudad de México”, redactado por José María de Herrera en 1786, y la “Opinión del Gremio de Maestros sobre las escuelas gratuitas”, escrita por Rafael Ximeno (Maestro Mayor de dicho Gremio) y publicada el mismo año de 1786. Puede consultárseles en la compilación a cargo de Dorothy Tanck de Estrada, La Ilustración y la educación en la Nueva España, Ediciones El Caballito – SEP, México, 1985, pp. 101 ss.
[3] “De capa” era una expresión  relativamente usual. Refería a la prenda que distinguía a los estudiantes laicos de los “estudiantes de sotana” o seminaristas propiamente dichos.
[4] Antoine Goudin (1639 – 1695) fue un dominico, autor de una Philosophia Thomistica a la que probablemente aluda Bustamante. Andrés Piquer (1711 – 1772) fue un filósofo español, autor de la Física moderna racional y experimental.  El portugués Teodoro de Almeida (1722 – 1804) fue, por su parte, una figura análoga a Juan Benito Díaz De Gamarra y otros autores favorables a la filosofía “moderna”, es decir, al menos a ciertas concepciones tanto del racionalismo y el empirismo como a la ciencia galileano – newtoniana.
[5] El tema de la introducción de la filosofía y la ciencia modernas en México y su influencia en los proyectos educativos es complejo y al menos en parte  pendiente de historiar. Desde el punto de vista del desarrollo de las ideas de Clavijero, Gamarra, Alzate e Hidalgo, una excelente aproximación puede obtenerse a partir de la lectura de la obra de Bernabé Navarro, Cultura mexicana moderna en el siglo XVIII, ed. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1983.
[6] La Real y Pontificia Universidad de México, creada en 1551, era por entonces un centro de agitación intelectual en el que las nuevas ideas disputaban con la tradición “peripatética”. Conviene saber, por ejemplo, que los Elementos de filosofía moderna de Gamarra eran utilizados para los estudios correspondientes al “bachillerato en artes” por la época en que Bustamante estuvo en la facultad de jurisprudencia.
[7] Johann Gottlieb Heineccius (1681 – 1741) fue un jurista alemán partidario de una concepción racional del derecho que no se limitase a la aplicación casuística de reglas. “Jean Damat” probablemente refiera a Jean Daumat o Domat (1625 – 1696),  representante francés de la tendencia a racionalizar el estudio y el ejercicio del derecho.

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