domingo, 30 de septiembre de 2012

Alzate y "la física moderna que conduce a la piedad"



            El padre José Antonio Alzate (1737 – 1799) es un notable representante de la peculiar perspectiva sobre el pensamiento moderno que adquirió forma entre algunos intelectuales novohispanos del siglo XVIII. Para Alzate –al igual que para Juan Benito Díaz de Gamarra o para Francisco Javier Clavijero- aquel pensamiento no representaba necesariamente algún tipo de amenaza para la fe católica. Muy por el contrario: los avances de la ciencia propiciados por Copérnico, Galileo o Newton eran vistos como una suerte de confirmación de las verdades más profundas sobre Dios y su obra. Pero lo más interesante es que, al  menos en la pluma del sabio criollo que nos ocupa aquí, era preferible relacionar al credo católico con lo que Gamarra había llamado Philosophia Recientorum. Y es que ésta se encontraba mucho más cerca de la verdad que las disquisiciones del aristotelismo anquilosado contra el cual competía en las aulas de la Universidad y los colegios de la Nueva España.

            Como una prueba de esta actitud característica de Alzate, se ofrecen aquí algunos pasajes del artículo “Elogio de la filosofía moderna e impugnación de unas conclusiones y acto de física peripatética”, publicado en la Gaceta de literatura del 7 de septiembre de 1790. La mayor parte del artículo consiste en la reproducción de una carta dirigida por Alzate a fray Manuel Aparicio, un partidario del viejo saber y autor de cierta apología del aristotelismo. El fragmento que aquí se presenta es  parte de la carta en cuestión, y de paso  muestra el afilado –casi cruel- estilo del autor.

“(…) intenta Vuesa Paternidad establecer que el estudio de la física moderna no es propio de los religiosos, y que sólo les conviene el de la peripatética. Este sin duda fue el objeto de Vuesa Paternidad, porque de otra manera no sé cómo venga al caso la doctrina de San Agustín y de Santo Tomás, que quieren que los religiosos se dediquen principalmente a aquellos estudios que conducen más a la piedad. Concedo sin embarazo alguno todo el contenido del proemio, pues no se puede dudar, ni ningún hombre de juicio duda, que los religiosos deben poner su principal atención en semejantes estudios, como peculiares de su estado y necesarios para el cumplimiento de las obligaciones de su profesión. ¿Qué inferirá Vuesa Paternidad de esto? ¿Luego no deben estudiar física moderna? ¡Brava consecuencia! Debía Vuesa Paternidad ante todas cosas probar el supuesto falso que incluye semejante discurso, esto es, que la física moderna no conduce a la piedad; pero mientras así no lo hace, le suplico tenga la bondad de atender a las siguientes razones que alego, no porque juzgue ser necesarios muchos argumentos para demostrar un verdad tan clara, sino porque tengo por principio combatir un error que sería muy perjudicial a los progresos de la buena filosofía, si todos los religiosos adoptasen el absurdo modo de pensar de Vuesa Paternidad.

“¿Por qué conduce más a la piedad el estudio de la física peripatética que el de la moderna? ¿Acaso porque mueve infinitas cuestiones inútiles acerca de la materia, como lo son si ésta tiene acto entitativo, si puede existir sin la forma, si la apetece? ¿Porque nos descubre el portentoso secreto de que para que el palo pase a ser fuego, es necesario que se suponga privado de la forma de tal? ¿Porque pregunta si la materia y forma se unen por sus mismas entidades; si pueden juntarse dos formas en una misma materia, con otras infinitas ridiculísimas sutilezas? ¿Puede inspirar por ventura afectos muy vivos de piedad el grande arcano de que la figura de las narices de un cadáver es distinta de la que tenían antes que el hombre muriese; porque haciéndose la resolución del compuesto hasta la materia primera, y saliendo el alma, debieron permanecer todos los accidentes que la acompañaban, y entrar otros numéricamente distintos en seguimiento de la forma cadavérica? ¡Cierto que podemos formar una grande idea del Criador dando a muchos portentos de su sabiduría, como lo son las plantas e insectos, un origen tan vil y bajo como el de la putrefacción! ¡Mucha devoción puede excitar en nuestro corazón suponer en los cielos un artificio mecánico demasiadamente grosero, e inferior al que observamos en un reloj y en otros artefactos de los hombres!

“Esto es todo el fruto que, si Vuesa Paternidad procede de buena fe, debe confesar se saca de lo que se llama física en las escuelas. De suerte que dos son los defectos capitales que se encuentran ellas: en el primero, no considerar las obras de la naturaleza, sino entretenerse en cuestiones abstractas, después de cuya investigación quedaremos tan ignorantes de los efectos naturales, como lo estábamos antes; y el segundo, atribuir éstos a unas causas supuestas y fantásticas, como se ve claramente en uno u otro fenómeno que los peripatéticos tocan de paso y con mucho descuido como la subida del agua en las bombas, los meteoros, cielos, etc., de que suele traer algo uno u otro Curso peripatético.

“Si Vuesa Paternidad quisiera abrir algún buen libro de física moderna y leerlo con imparcialidad y sin preocupación, conocería cuan a propósito es el estudio de la verdadera física para inspirarnos sublimes ideas de la existencia, Omnipotencia, Sabiduría y Bondad del Criador. Los modernos se afanan en averiguar las admirables leyes de los movimientos, por medio de los cuales se mantiene el orden y armonía que observamos en la hermosísima máquina del mundo: consideran la naturaleza y equilibrio de los fluidos, las virtudes del fuego y demás elementos, la naturaleza de la luz, la diversidad de colores que ésta representa según la diversa refracción o modificación de sus rayos; los objetos de los sentidos, la estupenda fábrica de éstos, como la de los ojos, oídos, etc. Allí es donde el espíritu humano se engolfa y se pierde, digámoslo así, en el infinito piélago del Poder y Sabiduría de su Hacedor; allí queda absorto y atónito considerando la sencillez y proporción de que se vale para llegar a los fines que se propone, de la aptitud y conexión de éstos, y de la acertada elección que los prefirió a otros muchos, por los cuales parece que se hubiera podido conseguir el mismo intento (…)”

·        La cita se toma de la Biblioteca Enciclopédica Popular, no. 41: José Antonio Alzate, Secretaría de Educación Pública, México, 1945, estudio biográfico y selección a cargo de Juan Hernández Luna, pp. 58 – 60.



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